5º Domingo de Cuaresma, ciclo C: 13 de marzo del 2016
Is 43,16-21 - Flp 3,8-14 - Jn 8,1-11
YO TAMPOCO TE CONDENO
Ciertamente, es inmoral usar a una persona para condenar a otra.
Herodías -mujer de Herodes- odia a Juan Bautista, y usa a su hija
para que el profeta Juan muera decapitado en la cárcel (Mc 6,14ss).
Con esta misma maldad actúan los fariseos y maestros de la ley,
quienes usan a una mujer adúltera para acusar a Jesús. Sin embargo,
mientras los acusadores se van avergonzados, Jesús salva a la mujer.
La ley de Moisés manda apedrear a las adúlteras
En nuestra sociedad mayoritariamente cristiana, hay mujeres que,
por diversas causas, son víctimas de la prostitución y turismo sexual.
Cuando una mujer no tiene hogar, salud, educación, trabajo, salario…
a veces, opta por ir a la calle para que cualquier cliente “la recoja”.
¿Hay organizaciones políticas, sociales y religiosas que defienden
los derechos humanos más elementales de “esa clase de mujeres”?
Sin embargo, aquellas mujeres deben enfrentarse a una sociedad
machista: que las considera un “mal necesario” pero mira a otro lado
cuando se le pregunta sobre “la dignidad” de esas mismas personas.
Este problema no es ajeno a la época en que vivió Jesús de Nazaret.
Después de haber estado toda la noche en el monte de los Olivos,
al amanecer Jesús va al templo, y al ver tanta gente se pone a enseñar.
Fue entonces cuando los expertos en materia religiosa traen una mujer
sorprendida en adulterio, y según la ley de Moisés debe ser apedreada.
Luego, preguntan a Jesús: Tú, ¿qué dices? Con esta breve pregunta,
ponen a Jesús entre la pared y la espada con la finalidad de acusarlo.
*Si Jesús acepta apedrear a aquella mujer ya no tendría autoridad moral
para buscar… acoger… salvar… a los pecadores; ya no podría decir:
Misericordia quiero y no sacrificios (Os 6,6; Mat 9,13; 12,7).
*Si dice: no la apedreen, se hace cómplice del pecado de adulterio;
además, al no observar la ley es motivo suficiente para ser acusado.
*Pero aquellos hipócritas no se imaginan que al examinar cada uno
su propia vida, se irán avergonzados empezando por los más viejos.
El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra
Jesús desenmascara “la doble vida” de aquellos expertos religiosos,
diciéndoles: El que esté sin pecado… que le tire la primera piedra.
Lo primero que Jesús exige a los acusadores es que estén sin pecado,
es decir, que cada uno examine conscientemente su propia vida, pues
¿cómo pueden fijarse en la astilla que hay en el ojo de aquella mujer,
sin mirar el tronco que hay en el suyo? (Mt 7,1-5). Son guías ciegos,
expertos en colar un mosquito pero se tragan un camello (Mt 23,24).
Tirar la primera piedra era obligación de los testigos para evitar
que se acusen a personas inocentes: Los testigos serán los primeros
en arrojar las piedras, luego lo hará todo el pueblo (Deut 17,7).
Hoy, para no encerrarnos en normas que nos hacen jueces implacables
(EG, n.49), reflexionemos en lo que dice Daniel a uno de los ancianos
que había calumniado a Susana: Viejo en años y en crímenes, ahora
van a recaer sobre ti los pecados que cometiste en otro tiempo,
cuando dabas sentencias injustas: condenando a los inocentes
y absolviendo a los culpables. Actuabas en contra del mandato
del Señor que dice: No matarás al inocente ni al justo (Dan 13,52s).
Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar
Después, Jesús se levanta y le pregunta: ¿Nadie te ha condenado?
Ella contesta: Nadie, Señor… Fue entonces cuando Jesús le dice:
Yo tampoco te condeno. Vete y no vuelvas a pecar.
El amor que ella había buscado en las caricias y en el pecado,
lo encuentra por fin en el perdón que Jesús misericordioso le ofrece;
pues Él vino al mundo no para condenar sino para salvar (Jn 3,17).
Jamás debemos olvidar que las enseñanzas y obras de Jesús tienen,
como base y fundamento, la persona humana de carne y hueso;
y no la ley ni las costumbres y tradiciones humanas: El sábado se hizo
para el hombre, y no el hombre para el sábado (Mc 2,27).
Al respecto, Mons. Romero en su última homilía (23/03/1980) dijo:
Jesús ama y ha venido precisamente a salvar a los pecadores
y aquí tiene un caso. Convertirla es mucho mejor que apedrearla.
Perdonarla y salvarla es mucho mejor que condenarla. La ley tiene
que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos
con los cuales se pisotea la honradez, muchas veces, de las personas.
Tengamos hambre y sed de Dios Padre misericordioso: Él no quiere
que el pecador muera, sino que se convierta y viva (Ez 18,23).
J. Castillo A.
TODOS NECESITAMOS PERDÓN
Según su costumbre, Jesús ha pasado la noche a solas con su Padre querido en el Monte de los Olivos. Comienza el nuevo día, lleno del Espíritu de Dios que lo envía a proclamar la liberación de los cautivos... y dar libertad a los oprimidos. Pronto se verá rodeado por un gentío que acude a la explanada del templo para escucharlo.
De pronto, un grupo de escribas y fariseos irrumpe trayendo a una mujer sorprendida en adulterio. No les preocupa el destino terrible de la mujer. Nadie le interroga de nada. Está ya condenada. Los acusadores lo dejan muy claro: La Ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras. Tú, ¿qué dices?
La situación es dramática: los fariseos están tensos, la mujer angustiada, la gente expectante. Jesús guarda un silencio sorprendente. Tiene ante sí a aquella mujer humillada, condenada por todos. Pronto será ejecutada. ¿Es esta la última palabra de Dios sobre esta hija suya?
Jesús, que está sentado, se inclina hacia el suelo y comienza a escribir algunos trazos en tierra. Seguramente busca luz. Los acusadores le piden una respuesta en nombre de la Ley. Él les responderá desde su experiencia de la misericordia de Dios: aquella mujer y sus acusadores, todos ellos, están necesitados del perdón de Dios.
Los acusadores solo están pensando en el pecado de la mujer y en la condena de la Ley. Jesús cambiará la perspectiva. Pondrá a los acusadores ante su propio pecado. Ante Dios, todos han de reconocerse pecadores. Todos necesitan su perdón.
Como le siguen insistiendo cada vez más, Jesús se incorpora y les dice: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra. ¿Quiénes sois vosotros para condenar a muerte a esa mujer, olvidando vuestros propio pecados y vuestra necesidad del perdón y de la misericordia de Dios?
Los acusadores se van retirando uno tras otro. Jesús apunta hacia una convivencia donde la pena de muerte no puede ser la última palabra sobre un ser humano. Más adelante, Jesús dirá solemnemente: Yo no he venido para juzgar al mundo sino para salvarlo.
El diálogo de Jesús con la mujer arroja nueva luz sobre su actuación. Los acusadores se han retirado, pero la mujer no se ha movido. Parece que necesita escuchar una última palabra de Jesús. No se siente todavía liberada. Jesús le dice: Tampoco yo te condeno. Vete y, en adelante no peques más.
Le ofrece su perdón y, al mismo tiempo, le invita a no pecar más. El perdón de Dios no anula la responsabilidad, sino que exige conversión. Jesús sabe que: Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
José Antonio Pagola (2013)