Viernes, 19 de Abril del 2024
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Domingo de Pentecostés, ciclo A: 31 de mayo del 2020
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VEN, ESPÍRITU SANTO

   Aquel Domingo, Jesús entra y se pone en medio de sus discípulos,

que están en la casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.

Sin embargo, ellos se llenan de alegría al ver al Señor.

   Y, una vez fortalecidos por el Espíritu Santo, anuncian sin temor:

Dios resucitó a Jesús, y todos nosotros somos testigos (Hch 2,32).

 

Los discípulos se alegran al ver al Señor

   El Evangelio de Juan, escrito a fines del siglo I de nuestra era,

presenta a una comunidad con miedo, no está dispuesta dar la vida,

ni a ser martirizada por anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios.

En este contexto, Jesús resucitado nos sigue diciendo:

*La paz esté con ustedes… Yo también les envío a ustedes.

Jesús de Nazaret condenado a morir crucificado como un delincuente,

se pone en medio de sus discípulos y les dice: La paz esté con ustedes.

Anunciemos esta paz -con palabras y obras- en nuestra sociedad,

arriesgándonos a salir, dejando la indiferencia y el bienestar egoísta.

Al entrar en una casa digan primero: Paz para esta casa (Lc 10,5).

*Miren mis manos perforadas y mi costado abierto. Actualmente,

hacen falta seguidores de Jesús que den testimonio de su fe,

entregando su vida: Ustedes serán perseguidos en este mundo,

pero sean valientes: Yo he vencido al mundo (Jn 16,33).

*Reciban el Espíritu Santo. Al respecto, el apóstol Pablo dice:

El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones

por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm 5,5).

Dios nos ama no porque somos buenos, sino porque Él es un Padre:

-compasivo, jamás está indiferente, sino que padece-con-nosotros; y

-misericordioso, su corazón está donde sus hijos viven en la miseria.

*Perdonen. Guiados por el lenguaje del amor, digamos como Jesús:

Yo tampoco te condeno, vete y en adelante no peques más (Jn 8,1ss).

Cuando hay personas que tienen quejas contra nosotros,

¿tiene sentido “oír Misa entera”, sin antes reconciliarnos? (Mt 5,23s).


Oímos las grandezas de Dios en nuestras propias lenguas

   *En este día de Pentecostés, acompañemos a María,

la madre de Jesús; pues ella, durante su vida, realiza varias salidas:

-A la montaña de Judea: Bendito el fruto de tu vientre (Lc 1,39-56).

-A la ciudad de Belén: Y dio a luz a su hijo primogénito (Lc 2,1-14).

-Al templo de Jerusalén: Mis ojos vieron al Salvador (Lc 2,22-40).

-A Egipto: Herodes busca al Niño para matarlo (Mt 2,13-15).

-A Jerusalén: Debo de estar en la casa de mi Padre (Lc 2,41-52).

-A Caná de Galilea: Hagan todo lo que Jesús les diga (Jn 2,1-12).

-A Galilea: Tu madre y tus hermanos preguntan por ti (Mc 3,32-35).

-Al Calvario: Allí tienes a tu hijo…Allí tienes a tu madre (Jn 19,25ss).

-A Jerusalén, acompañando a las discípulas y discípulos de Jesús:

Ellos, con algunas mujeres, la madre de Jesús y sus parientes,

permanecen unidos en la oración (Hch 1,14)… hasta el día en que,

todos ellos quedan llenos del Espíritu Santo y hablan otras lenguas.

Imploremos la protección de esta buena madre, orando con el corazón:

Santa María, madre de Jesús, ruega por nosotros pecadores

   *Cada uno oye a los apóstoles hablar en su propio idioma.

Profeta no es un mago, es la persona que habla a los seres humanos,

en nombre de Dios. Al respecto, el apóstol Pablo nos dice:

No apaguen el fuego del Espíritu, no desprecien la profecía,

examínenlo todo y quédense con lo bueno (1Tes 5,19-21).

   Que nuestra misión profética responda -hoy en día- a las culturas:

de niños, jóvenes, adultos y ancianos… del campo y de la ciudad….

dejando de lado el clericalismo que les impide expresarse (EG 102).

El gran desafío está en celebrar la fe en nuestra propia cultura.

Así lo dice Juan Pablo II (20-V-1982): la fe se vuele cultura cuando

ha sido plenamente acogida, totalmente pensada y fielmente vivida.

   Guiados por el Espíritu Santo, acerquémonos a las diversas culturas

de nuestro tiempo descalzos, el sitio que pisamos es sagrado (Ex 3,5),

pues no hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.

Acerquémonos también con la disposición de escuchar a los demás,

solo así, las personas con quienes dialogamos, puedan decir:

Oímos hablar las grandezas de Dios en nuestras propias culturas. 

   Para hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad, necesitamos:

formación teológica y pastoral… respetar las diversas culturas…

saber juzgar para: aceptar los auténticos valores, y purificar

los aspectos negativos presentes en todas las culturas.      J. Castillo A

 

VIVIR A DIOS DESDE DENTRO

   Hace algunos años, el gran teólogo alemán, Karl Rahner, se atrevía a afirmar que el principal y más urgente problema de la Iglesia de nuestros tiempos es su ‘mediocridad espiritual’. Estas eran sus palabras: el verdadero problema de la Iglesia es ‘seguir tirando con una resignación y un tedio cada vez mayores por los caminos habituales de una mediocridad espiritual’.

   El problema no ha hecho sino agravarse estas últimas décadas. De poco han servido los intentos de reforzar las instituciones, salvaguardar la liturgia o vigilar la ortodoxia. En el corazón de muchos cristianos se está apagando la experiencia interior de Dios.

   La sociedad moderna ha apostado por ‘lo exterior’. Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos en nada ni en nadie. La paz ya no encuentra resquicios para penetrar hasta nuestro corazón. Vivimos casi siempre en la corteza de la vida. Se nos está olvidando lo que es saborear la vida desde dentro. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad.

   Es triste observar que tampoco en las comunidades cristianas sabemos cuidar y promover la vida interior. Muchos no saben lo que es el silencio del corazón, no se enseña a vivir la fe desde dentro. Privados de experiencia interior, sobrevivimos olvidando nuestra alma: escuchando palabras con los oídos y pronunciando oraciones con los labios, mientras nuestro corazón está ausente.

   En la Iglesia se habla mucho de Dios, pero, ¿dónde y cuándo escuchamos los creyentes la presencia callada de Dios en lo más hondo del corazón? ¿Dónde y cuándo acogemos el Espíritu del Resucitado en nuestro interior? ¿Cuándo vivimos en comunión con el Misterio de Dios desde dentro?

   Acoger al Espíritu de Dios quiere decir dejar de hablar solo con un Dios al que casi siempre colocamos lejos y fuera de nosotros, y aprender a escucharlo en el silencio del corazón. Dejar de pensar a Dios solo con la cabeza, y aprender a percibirlo en los más íntimo de nuestro ser.

   Esta experiencia interior de Dios, real y concreta, transforma nuestra fe. Uno se sorprende de cómo ha podido vivir sin descubrirla antes. Ahora sabe por qué es posible creer incluso en una cultura secularizada. Ahora conoce una alegría interior nueva y diferente. Me parece muy difícil mantener por mucho tiempo la fe en Dios en medio de la agitación y frivolidad de la vida moderna, sin conocer, aunque sea de manera humilde y sencilla, alguna experiencia interior del Misterio de Dios.

José Antonio Pagola (2014)

 

 

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