Viernes, 29 de Marzo del 2024
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3º Domingo de Adviento, ciclo B: 13 de diciembre del 2020
arzobispadodehuancayo.org/?idt=12&id=5900&web=Comentario-Dominical-del-Evangelio:

 


TESTIMONIO DE JUAN BAUTISTA


   Juan Bautista no es el Mesías… ni Elías… ni el Profeta esperado.

Para predicar y bautizar no necesita autorización de los sacerdotes,

ni de los escribas y fariseos que han puesto pesadas cargas al pueblo.

   Basta decir que Juan es un hombre enviado por Dios, para:

Dar testimonio de la luz… Ser la voz que grita en el desierto…

Bautizar con agua… Anunciar que Jesús está entre nosotros…

 


Yo soy la voz que grita en el desierto

   El Bautista que no merece desatar la correa de la sandalia de Jesús,

al final de su vida da este significativo testimonio:

Mi alegría es perfecta, que Él crezca y yo disminuya (Jn 3,29s).

   Más tarde, con la fuerza del Espíritu Santo, Pedro y los Doce dicen:

No podemos callar lo que hemos visto y oído (Hch 4,20).

   También, en la historia latinoamericana, encontramos misioneros,

quienes -con voz profética- defienden a los Indios. Por ejemplo:

   *En 1511, Antonio de Montesinos, desde Santo Domingo y Haití,

predica: Yo soy la voz de Cristo en el desierto de esta Isla.

¿Con qué derecho y justicia tienen en tan cruel y horrible

servidumbre a estos indios?... ¿Éstos, no son personas humanas?...

   *En 1550, Domingo de Santo Tomás escribe al Rey informándole:

Se ha descubierto una boca del infierno (minas de Potosí, Bolivia),

por la cual entra, cada año, gran cantidad de indios pobres,

que la codicia de los españoles sacrifica a su dios.

   *En 1559, Bartolomé de Las Casas hace esta profética denuncia:

Dejo en las Indias a Jesucristo, nuestro Dios, azotado y afligido,

abofeteado y crucificado, no una vez, sino millares de veces.

   *El 23 de marzo 1980, Oscar Romero en su última homilía dice:

Que el Señor me dé la palabra oportuna

para consolar, para denunciar, para llamar al arrepentimiento,

y aunque siga siendo una voz que clama en el desierto, sé que

la Iglesia está haciendo el esfuerzo por cumplir con su misión.

 


En medio de ustedes hay uno a quien no conocen

   Desde Jerusalén, sacerdotes y levitas van e interrogan al Bautista,

para saber si es el Mesías… Elías… o el Profeta.

Juan les dice: En medio de ustedes hay uno a quien no conocen.

   Diferente a esos funcionarios, son aquellas personas que van

al Río Jordán para bautizarse. Solo preguntan: ¿Qué debemos hacer?

La respuesta de Juan va a lo esencial, practicar la justicia y el amor:

*El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene.

*Quien tenga qué comer haga lo mismo.

*No cobren más de lo debido.

*No abusen de la gente, no hagan denuncias falsas

y conténtese con lo que les pagan (cf. Texto paralelo de Lc 3,10-14).

   Hoy, todavía se realizan bautismos para todos los gustos:

particular o comunitario, con o sin Misa, en el templo o en la casa…

Todo depende del “arancel o estipendio” que figura en la secretaría,

es decir, de la cantidad de dinero que se da.

   Cuando Jesús es bautizado, no pide una ceremonia especial,

ni alquila un vestido, o busca adornos superfluos como se hace hoy.

Él es pobre, vive pobre y se bautiza con el pueblo pobre (Lc 3,21).

   Actualmente, en nuestras comunidades cristianas, hay creyentes

que repiten de memoria frases del catecismo o artículos del Credo,

observan algunos mandamientos, practican ciertas devociones. Pero,

no se esfuerzan por conocer, amar y seguir a Jesús. Con mucha razón,

el Bautista dice: en medio de ustedes hay uno a quien no conocen.

   Por eso, si queremos encontrar a Jesús en medio de nosotros,

esforcémonos por buscarlo entre sus hermanos/as, que sufren el peso

intolerable de la pobreza y de la miseria (DGC, 1997, n.17). Todos

ellos, al poner el cimento de un nuevo modelo de sociedad, y guiados

por el ejemplo de Jesús, pueden anunciar: He sido enviado para:

dar Buena Noticia a los pobres, sanar los corazones afligidos,

liberar a los cautivos y a los prisioneros (1ª lectura).

   Sigamos meditando en la siguiente oración del Papa Francisco:

Ven, Señor Jesús, te necesitamos. Acércate a nosotros.

Tú eres la luz: despiértanos del sueño de la mediocridad,

despiértanos de la oscuridad de la indiferencia.

Ven, Señor Jesús, haz que nuestros corazones distraídos

estén vigilantes: haznos sentir el deseo de rezar

y la necesidad de amar (Roma, Homilía, 29 nov 2020).  J. Castillo A

  


TESTIGOS DE JESÚS

   La fe cristiana ha nacido del encuentro sorprendente que ha vivido un grupo de hombres y mujeres con Jesús. Todo comienza cuando estos discípulos y discípulas se ponen en contacto con Él y experimentan “la cercanía salvadora de Dios”. Esa experiencia liberadora, transformadora y humanizadora que viven con Jesús es la que ha desencadenado todo.

   Su fe se despierta en medio de dudas, incertidumbres y malentendidos mientras le siguen por los caminos de Galilea. Queda herida por la cobardía y la negación cuando es ejecutado en la cruz. Se reafirma y vuelve contagiosa cuando lo experimentan lleno de vida después de su muerte.

   Si, a lo largo de los años, esta experiencia no se contagia y se transmite de unas generaciones a otras, se introduce en la historia del cristianismo una ruptura trágica. Los obispos y presbíteros siguen predicando el mensaje cristiano. Los teólogos escriben estudios teológicos. Los pastores administran los sacramentos. Pero, si no hay testigos capaces de contagiar algo de lo que se vivió al comienzo con Jesús, falta lo esencial, lo único que puede mantener viva la fe en Él.

   En nuestras comunidades estamos necesitados de estos testigos de Jesús. La figura del Bautista, abriéndole camino en medio del pueblo judío, nos anima a despertar hoy en la Iglesia esta vocación tan necesaria. En medio de la oscuridad de nuestros tiempos necesitamos “testigos” de la luz que nos llega desde Jesús.

   Creyentes que despierten el deseo de Jesús y hagan creíble su mensaje. Cristianos que, con su experiencia personal, su espíritu y su palabra, faciliten el encuentro con Él. Seguidores que lo rescaten del olvido para hacerlo más visible entre nosotros.

   Testigos humildes que, al estilo del Bautista, no se atribuyan ninguna función que centre la atención en su persona, robándole protagonismo a Jesús. Seguidores que no lo suplanten ni lo eclipsen. Cristianos sostenidos y animados por Él que dejan entrever tras sus gestos y sus palabras la presencia inconfundible de Jesús, vivo en medio de nosotros.

   Los testigos de Jesús no hablan de sí mismos. Su palabra más importante es siempre la que le dejan decir a Jesús. En realidad el testigo no tiene la palabra. Es  solo “una voz” que anima a todos a “allanar” el camino que nos puede llevar a Él. La fe de nuestras comunidades se sostiene también hoy en la experiencia de esos testigos humildes y sencillos que, en medio de tanto desaliento y desconcierto, ponen luz, pues nos ayudan con su vida a sentir la cercanía de Jesús.       


                              

José Antonio Pagola (2011)

 

 

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