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CREER SIN HABER VISTO
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II Domingo de Pascua (ciclo C): 7 de abril del 2013

Hch 5,12-16  -  Ap 1,9-19  -  Jn 20,19-31

 

CREER SIN HABER VISTO

 

Al atardecer de aquel día, el primero de la semana

Después de la Última Cena y cuando el peligro todavía estaba lejos,

Pedro dice a Jesús: Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré.

Lo mismo decían los demás discípulos (Mt 26,35). Sin embargo,

cuando tomaron preso a Jesús, todos le abandonaron y huyeron.

Después de los acontecimientos dolorosos del aquel viernes,

los discípulos están con las puertas cerradas, por miedo a los judíos.

Viven atemorizados, pues si Jesús ha sido crucificado como revoltoso,

el mismo castigo pesa sobre ellos en caso de ser apresados.

Además, están preocupados pues todos ellos por salvar sus vidas,

abandonaron a Jesús y, lo que es peor, Pedro negó que le conocía.

Es la triste situación de una comunidad de creyentes sin Jesús…

Fue entonces cuando Jesús Resucitado se presenta en medio de ellos,

para rehacer sus vidas a través de un proceso de reconciliación.

*Jesús, injustamente crucificado, lo primero que les anuncia es la paz.

Sus discípulos saldrán de aquel encierro no para vengarse ni matar,

sino para ser mensajeros de la paz: La paz les dejo, les doy mi paz

*Luego les muestra las señales de su martirio: las manos perforadas

y el costado abierto. Si Jesús murió así por anunciar el Reino de Dios,

sus discípulos no deben tener miedo a dar su vida por la misma causa:

Ellos se fueron contentos de sufrir por el nombre de Jesús (Hch 5,41).

*Después, recordando el soplo de Dios que da vida (Gen 2,7),

Jesús sopla sobre sus discípulos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.

Se trata del Espíritu de la verdad que nos guía hasta la verdad plena,

para ser testigos de Jesús, incluso entregando nuestra vida por Él.

*A continuación, Jesús les habla sobre el perdón de los pecados.

Siguiendo el ejemplo de Jesús que dijo: Padre, perdónalos (Lc 23,33),

la víctima reconciliada pide a Dios que perdone al ofensor y, luego,

a perdonarlo ella misma. Este camino puede facilitar para que el

agresor pida perdón, se arrepiente y repare el mal que ha causado.

 

Ocho días después

Cuando Jesús se presentó por primera vez a sus discípulos

-la tarde del primer día de la semana- Tomás no estaba con ellos.

Luego, cuando sus compañeros le dicen: Hemos visto al Señor,

Tomás no les cree, solo creerá si ve a Jesús y si palpa sus heridas.

Cosa curiosa, ellos tampoco creyeron en el testimonio de las mujeres:

les parecieron puros cuentos y no les hicieron caso (Lc 24,11).

Sin embargo, teniendo en cuenta la muerte cruel que sufrió Jesús,

no era fácil creer que hubiera resucitado de entre los muertos.

Hoy, ¿somos capaces de ver a Cristo crucificado en los rostros

sufrientes de quienes soportan el peso intolerable de la miseria?...

¿Vemos como hermanos de Jesús a los que tienen hambre?...

Ocho días después, los discípulos están reunidos y Tomás con ellos.

Jesús se hace presente, acoge a Tomás y le pide tocar sus heridas,

para que compruebe que el mismo Jesús resucitado está ante él.

Después Jesús dice a Tomás: No seas incrédulo, sino hombre de fe.

Una vez más, nos encontramos ante un proceso de reconciliación…

Tomás no toca con sus dedos ni con su mano las llagas de Jesús.

Reconoce sus limitaciones y reconciliado por la acogida de Jesús,

pronuncia esta hermosa profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío!

Las heridas de las personas torturadas, como es el caso de Jesús,

forman parte de su historia personal, no las pueden olvidar;

pero al ser asumidas de otra manera son heridas que sanan…

Por eso, para cualquier proceso de reconciliación los mejores testigos

son las personas que han hecho un camino de reconciliación.

Este camino debe de ir a las raíces de estas situaciones dolorosas.

El Evangelio de hoy termina con una significativa bienaventuranza.

Jesús mirando el futuro dice: ¡Felices los que creen sin haber visto!

En adelante, el Resucitado se dará a conocer por la fuerza del Espíritu

y por el testimonio -de palabra y obra- de sus discípulos y discípulas.

Lo dicho hasta aquí, lo resume muy bien San Pablo cuando dice:

Todo esto es obra de Dios, que nos reconcilió con Él por medio

de Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque

en Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo,

sin tener en cuenta los pecados de los hombres; y confiándonos

el mensaje de la reconciliación… Por eso, les suplicamos en nombre

de Cristo: Déjense reconciliar con Dios (2Cor 5,18-20).

J. Castillo A

 

DE LA DUDA A LA FE

 

El hombre moderno ha aprendido a dudar. Es propio del espíritu de nuestros tiempos cuestionarlo todo para progresar en conocimiento científico. En este clima la fe queda con frecuencia desacreditada. El ser humano va caminando por la vida lleno de incertidumbres y dudas.

Por eso, todos sintonizamos sin dificultad con la reacción de Tomás, cuando los otros discípulos le comunican que, estando él ausente, han tenido una experiencia sorprendente: Hemos visto al Señor. Tomás podría ser un hombre de nuestros días. Su respuesta es clara: Si no lo veo...no lo creo.

Su actitud es comprensible. Tomás no dice que sus compañeros están mintiendo o que están engañados. Solo afirma que su testimonio no le basta para adherirse a su fe. Él necesita vivir su propia experiencia. Y Jesús no se lo reprochará en ningún momento.

Tomás ha podido expresar sus dudas dentro de grupo de discípulos. Al parecer, no se han escandalizado. No lo han echado fuera del grupo. Tampoco ellos han creído a las mujeres cuando les han anunciado que han visto a Jesús resucitado. El episodio de Tomás deja entrever el largo camino que tuvieron que recorrer en el pequeño grupo de discípulos hasta llegar a la fe en Cristo resucitado.

Las comunidades cristianas deberían ser en nuestros días un espacio de diálogo donde pudiéramos compartir honestamente las dudas, los interrogantes y búsquedas de los creyentes de hoy. No todos vivimos en nuestro interior la misma experiencia. Para crecer en la fe necesitamos el estímulo y el diálogo con otros que comparten nuestra misma inquietud.

Pero nada puede remplazar a la experiencia de un contacto personal con Cristo en lo hondo de la propia conciencia. Según el relato evangélico, a los ocho días se presenta de nuevo Jesús. No critica a Tomás sus dudas. Su resistencia a creer revela su honestidad. Jesús le muestra sus heridas.

No son ‘pruebas’ de la resurrección, sino ‘signos’ de su amor y entrega hasta la muerte. Por eso, le invita a profundizar en sus dudas con confianza: No seas incrédulo, sino creyente. Tomas renuncia a verificar nada. Ya no siente necesidad de pruebas. Solo sabe que Jesús lo ama y le invita a confiar: Señor mío y Dios mío.

Un día los cristianos descubriremos que muchas de nuestras dudas, vividas de manera sana, sin perder el contacto con Jesús y la comunidad, nos pueden rescatar de una fe superficial que se contenta con repetir fórmulas, para estimularnos a crecer en amor y en confianza en Jesús, ese Misterio de Dios encarnado que constituye el núcleo de nuestra fe. 

José Antonio Pagola (2013)

NO SEAS INCRÉDULO, SINO CREYENTE

 

La figura de Tomás, como discípulo que se resiste a creer, ha sido muy popular entre los cristianos. Sin embargo, el relato evangélico dice mucho más de este discípulo escéptico. Jesús resucitado se dirige a él con unas palabras que tienen mucho de llamada apremiante, pero también de invitación amorosa: No seas incrédulo, sino creyente. Tomás, que lleva una semana resistiéndose a creer, responde a Jesús con la confesión de fe más solemne que podemos leer en los evangelios: Señor mío y Dios mío.

¿Qué ha experimentado Tomás al encontrarse con Jesús resucitado?  ¿Qué es lo que ha transformado a este discípulo, hasta entonces dubitativo y vacilante? ¿Qué recorrido interior lo ha llevado del escepticismo hasta la confianza? Lo sorprendente es que, según el relato, Tomás renuncia a verificar la verdad de la resurrección tocando las heridas de Jesús. Lo que le abre a la fe es Jesús mismo con su invitación.

A lo largo de estos años, hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles. Nos hemos hecho más críticos, pero también más inseguros. Cada uno hemos de decidir cómo queremos vivir y cómo queremos morir. Cada uno hemos de responder a esa llamada que, tarde o temprano, de forma inesperada o como fruto de un proceso interior, nos puede llegar de Jesús: No seas incrédulo, sino creyente.

Tal vez necesitamos despertar más nuestro deseo de verdad. Desarrollar esa sensibilidad interior que todos tenemos para percibir, más allá de lo visible y lo tangible, la presencia del Misterio que sostiene nuestras vidas. Ya no es posible vivir como personas que lo saben todo. No es verdad. Todos, creyentes y no creyentes, ateos y agnósticos, caminamos por la vida envueltos en tinieblas. Como dice Pablo de Tarso, a Dios lo buscamos ‘a tientas’.

¿Por qué no enfrentarnos al misterio de la vida y de la muerte confiando en el Amor como última Realidad de todo? Esta es la invitación decisiva de Jesús. Más de un creyente siente hoy que su fe se ha ido convirtiendo en algo cada vez más irreal y menos fundamentado. No lo sé. Tal vez ahora, que no podemos ya apoyar nuestra fe en falsas seguridades, estamos aprendiendo a buscar a Dios con un corazón más humilde y sincero.

No hemos de olvidar que una persona que desea sinceramente creer, para Dios es ya creyente. Muchas veces no es posible hacer mucho más. Y Dios, que comprende nuestra impotencia y debilidad, tiene sus caminos para encontrarse con cada cual para ofrecernos su salvación.

J. A. Pagola (2010)

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