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HERIDAS QUE RECONCILIAN
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II Domingo de Pascua (ciclo A): 27 de abril del 2014

Hch 2,42-47  -  1Pe 1,3-9  -  Jn 20,19-31

 

HERIDAS QUE RECONCILIAN

   Las personas que han sufrido miedo, amenazas, torturas, prisión…

al ser abandonadas a su propia suerte, viven encerradas en sí mismas

y, lo que es peor, muchas veces terminan dementes o se quitan la vida.

Muy diferente cuando una mano amiga las acogen y acompañan,

para que lleguen a ser no solo víctimas reconciliadas consigo mismas,

sino también víctimas reconciliadoras con los que siguen sufriendo.

 

Con las puertas bien cerradas

   La tarde de aquel domingo (día del Señor), los discípulos de Jesús

están en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos.

¿Hoy, puede la Iglesia permanecer encerrada por miedo? Escuchemos  

al papa Francisco que dice: Prefiero una Iglesia accidentada, herida

y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el

encierro y la comodidad… Más que el temor a equivocarnos, espero

que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan

falsa seguridad, en las normas que nos vuelven jueces implacables,

en las costumbres donde nos sentimos tranquilos… (EG, n.49).

Y en Aparecida se dijo: La Iglesia necesita una fuerte conmoción

que le impida instalarse en la comodidad, el estancamiento

y en la tibieza, al margen del sufrimiento de los pobres (DA,362).

   Para superar ‘encierro y miedo’, Jesús se aparece a sus discípulos,

y lo primero que les anuncia es la paz. Desde entonces sus seguidores

debemos salir para proclamar la paz allí donde hay odio y violencia.

Luego, les muestra sus manos perforadas y su costado abierto,

para no olvidarnos que fue crucificado por anunciar el Reino de Dios

y por dar vida a las personas marginadas por la sociedad y la religión.

Después, sopla sobre ellos diciendo: Reciban el Espíritu Santo.

Se trata del Espíritu que nos da vida plena y nos libera de todo temor:

En el mundo van a sufrir, pero tengan valor, yo he vencido al mundo.

A continuación, el Profeta de la misericordia no quiere venganzas

ni excomuniones sino perdón: acoger a pecadores y comer con ellos.

 

¡Felices los que creen sin haber visto!

   Ocho días después, los discípulos están reunidos y Tomás con ellos.

Jesús se aparece en medio de ellos y les dice: La paz esté con ustedes.

Esta Paz de Jesús no debemos confundirla con la paz que da el mundo

construida, generalmente, sobre la injusticia, las amenazas, el terror…

fruto de la carrera armamentista, gran crimen de nuestra época.

Qué diferente, cuando animados por la Paz de Jesús, buscamos vida

digna para todos, respetamos las diferencias, fomentamos la unidad.

   Cuando Jesús invita a Tomás a tocar sus manos y su costado,

nuevamente nos encontramos ante un proceso de reconciliación.

Las heridas de Jesús no han desaparecido. En este sentido, nada

diferencia a Jesús de cualquier superviviente que debe sobrellevar,

durante el resto de su vida, el peso de las heridas que ha padecido.

Pero cuando Jesús enseña sus heridas a Tomás, es porque esas heridas

ya no son fuente de dolor y de recuerdos desgarradores; son ahora

heridas que sanan, señalando un futuro diferente de vida y esperanza.

También las heridas de personas torturadas son parte de su historia,

pero al asumirlas de una manera diferente son heridas que sanan.

Por eso, para cualquier proceso de reconciliación los mejores agentes

son las personas que han experimentado un camino de reconciliación.

   Tomás, una vez reconciliado, proclama: ¡Señor mío y Dios mío!

Solo después del Prólogo (Jn 1,1), Jesús resucitado es llamado Dios.

Recordemos que para los judíos, la prueba de que Jesús debía  morir

era que Él, no solo quebrantaba el sábado, sino que además decía

que Dios era su Padre, haciéndose igual a Dios (Jn 5,18;  cf. 10,33).

   Finalmente, Jesús le dice a Tomás: Tú crees porque has visto.

y, mirando al futuro, anuncia: ¡Felices los que creen sin haber visto!

Desde entonces, la comunidad de discípulos no se reduce a los Doce,

que estaban reunidos en un lugar y en un tiempo determinados.

En adelante, quienes hemos recibido el don de la fe somos felices,

y también discípulos de Jesús aunque no le hemos visto físicamente.

Felices si seguimos el ejemplo del buen samaritano: ver a los heridos

y abandonados en nuestros caminos, compadecernos de ellos, curar

sus heridas, llevarlos a la posada, cuidar de ellos… (Lc 10).

Felices si como el ciego de nacimiento decimos: Creo, Señor (Jn 9).

Felices si confesamos como Marta: Sí, Señor, yo creo que tú eres

el Cristo, el Hijo de Dios que ha venido a este mundo (Jn 11).  

J. Castillo A.


JESÚS SALVARÁ A LA IGLESIA

            Aterrados por la ejecución de Jesús, los discípulos se refugian en una casa conocida. De nuevo están reunidos, pero no está con ellos Jesús. En la comunidad hay un vacío que nadie puede llenar. Les falta Jesús. ¿A quién seguirán ahora? ¿Qué podrán hacer sin Él? Está anocheciendo en Jerusalén y también en el corazón de los discípulos.

            Dentro de la casa, están con las puertas cerradas. Es una comunidad sin misión y sin horizonte, encerrada en sí misma, sin capacidad de acogida. Nadie piensa ya en salir por los caminos a anunciar el Reino de Dios y curar la vida. Con las puertas cerradas no es posible acercarse al sufrimiento de las gentes.

            Los discípulos están llenos de miedo a los judíos. Es una comunidad paralizada por el miedo, en actitud defensiva. Solo ven hostilidad y rechazo por todas partes. Con miedo no es posible amar el mundo como lo amaba Jesús, ni infundir en nadie aliento y esperanza.

            De pronto, Jesús resucitado toma la iniciativa. Viene a rescatar a sus seguidores. Entra en la casa y se pone en medio de ellos. La pequeña comunidad comienza a transformarse. Del miedo pasan a la paz que les infunde Jesús. De la oscuridad de la noche pasan a la alegría de volver a verlo lleno de vida. De las puertas cerradas van a pasar pronto a la apertura de la misión.

            Jesús les habla poniendo en aquellos pobres hombres toda su confianza: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. No les dice a quién se han de acercar, qué han de anunciar ni cómo han de actuar. Ya lo han podido aprender de Él por los caminos de Galilea. Serán en el mundo lo que ha sido Él.

            Jesús conoce la fragilidad de sus discípulos. Muchas veces les ha criticado su fe pequeña y vacilante. Necesitan la fuerza de su Espíritu para cumplir su misión. Por eso hace con ellos un gesto especial. No les impone las manos ni los bendice como a los enfermos. Exhala su aliento sobre ellos y les dice: Recibid el Espíritu Santo.

            Solo Jesús salvará a la Iglesia. Solo Él nos liberará de los miedos que nos paralizan, romperá los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo, abrirá tantas puertas que hemos ido cerrando a lo largo de los siglos, enderezará tantos caminos que nos han desviado de Él.

            Lo que se nos pide es reavivar mucho más en toda la Iglesia la confianza en Jesús resucitado, movilizarnos para ponerlo sin miedo en el centro de nuestras parroquias y comunidades, y concentrar todas nuestras fuerzas en escuchar bien lo que su Espíritu nos está diciendo hoy a sus seguidores y seguidoras.

José Antonio Pagola (2014)

 

 

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