DE GALILEA... AL TEMPLO DE JERUSALÉN
III Domingo de Cuaresma, ciclo B: 8 de marzo del 2015
Ex 20,1-7 - 1Cor 1,22-25 - Jn 2,13-25
DE GALILEA… AL TEMPLO DE JERUSALÉN
En Caná de Galilea, en una casa familiar, Jesús realiza su primer
signo, manifiesta su gloria, y sus discípulos creen en Él (Jn 2,1-12).
Muy diferente lo que Jesús encuentra en el templo de Jerusalén,
allí la Casa de Dios Padre ha sido convertida en un mercado…
De ese templo no quedará piedra sobre piedra, pues el nuevo templo
es Jesús muerto y resucitado, presente en sus hermanos que sufren.
Los templos… ayer y hoy
La fiesta principal del pueblo judío era la Pascua, fiesta que hace
referencia a su liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 12).
Cuando Jesús va a Jerusalén para la fiesta Pascual, ve que el templo
ya no es la Casa de Dios Padre que acoge a todos sus hijos e hijas;
sino un mercado de bueyes, ovejas, palomas… un lugar para cambiar
dinero… un edificio lujoso para amenazar y esclavizar a los pobres…
Jesús reacciona indignado contra ese nuevo becerro de oro (Ex 32),
y declara públicamente: la Casa de mi Padre no es un mercado.
Hagamos, hoy, un serio examen de conciencia, personal y eclesial:
¿Hemos superado el sistema de ‘aranceles’, llegado a ser mal visto,
desligándolo de la administración de los sacramentos? (Medellín,14).
¿Se celebra Misa, sobre todo por las intenciones de los necesitados,
aunque no se reciba ningún estipendio? (CIC, canon 945).
¿En materia de ‘estipendios’, hemos evitado hasta la más pequeña
apariencia de negocio o comercio? (canon 947 y 1385).
Al respecto, el Papa Francisco nos dice: Cuántas veces vemos
que entrando en un templo, aún hoy, está la lista de los precios:
bautismo, tanto… bendición, tanto… intención de misa, tanto…
Luego, recuerda este hecho: Una pareja de novios, para casarse
con misa, tuvieron que pagar dos turnos, es decir, pagar el doble.
A continuación, añade: Hay dos cosas que el pueblo de Dios
no puede perdonar: a un sacerdote apegado al dinero
y a un sacerdote que maltrata a la gente (Homilía, 21 nov. 2015).
Destruyan este templo y en tres días lo levantaré
Los gestos audaces de Jesús en el templo suscitan una doble reacción:
*Las autoridades religiosas al ver que sus negocios corren peligro,
se acercan a Jesús y le piden una señal que justifique su acción.
Jesús les dice: Destruyan este templo y en tres días lo levantaré.
Ellos piensan que se trata del templo material construido por Herodes.
Pero Jesús habla del templo de su cuerpo: su muerte y resurrección;
anunciando así la abolición del templo y del culto que allí se celebra.
Más tarde, Jesús dirá a la Samaritana: Créeme, mujer, llega la hora
en que ni en esta montaña ni en Jerusalén se adorará al Padre…
Pero ha llegado la hora, en la que los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn 4,19-26).
*Los discípulos, al ver la indignación de Jesús, se acuerdan
que la Escritura dice: El celo de tu casa me consume (Sal 69,10).
Cuando Jesús resucitó de entre los muertos, ellos se acordaron de lo
que había dicho y creyeron en la Escritura y en las palabras de Jesús.
En nuestros templos y ceremonias religiosas… ¿qué lugar ocupan
los rostros desfigurados de niños, jóvenes, adultos y ancianos?
*Escuchemos las denuncias del profeta Jeremías: Ustedes confían
en palabras engañosas que no les sirven de nada. Roban, matan,
cometen adulterio, juran en falso, ofrecen incienso a Baal, dan culto
a dioses extranjeros y desconocidos… Después vienen a este templo
que está dedicado a mi Nombre para decir: aquí estamos seguros
y , luego, siguen cometiendo esas mismas maldades que no soporto.
¿Acaso piensan que este templo es una cueva de ladrones? (Jer 7).
*San Pablo dice algo sublime sobre la dignidad del ser humano:
¿No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios vive
en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá
a él; porque el templo de Dios que son ustedes es santo (1Cor 3,16s).
*San Juan Crisóstomo, en su homilía sobre el texto de Mateo 25,
dice: ¿De qué sirve adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el
mismo Cristo muere de hambre? Da primero de comer al hambriento
y, luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo.
*Ante casos de necesidad, no se debe dar preferencia a los adornos
superfluos de los templos; al contrario, podría ser obligatorio vender
esos bienes para dar pan, bebida, vestido, casa a quien carece de ello.
(Juan Pablo II, Preocupación social de la Iglesia, n.31).
J. Castillo A.
LA INDIGNACIÓN DE JESÚS
Acompañado de sus discípulos, Jesús sube por primera vez a Jerusalén para celebrar las fiestas de Pascua. Al asomarse al recinto que rodea el Templo, se encuentra con un espectáculo inesperado. Vendedores de bueyes, ovejas y palomas ofreciendo a los peregrinos los animales que necesitan para sacrificarlos en honor a Dios. Cambistas instalados en sus mesas traficando con el cambio de monedas paganas por la única moneda oficial aceptada por los sacerdotes.
Jesús se llena de indignación. El narrador describe su reacción de manera muy gráfica: con un látigo saca del recinto sagrado a los animales, vuelca las mesas de los cambistas echando por tierra sus monedas, grita: No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.
Jesús se siente como un extraño en aquel lugar. Lo que ven sus ojos nada tiene que ver con el verdadero culto a su Padre. La religión del Templo se ha convertido en un negocio donde los sacerdotes buscan buenos ingresos y donde los peregrinos tratan de “comprar” a Dios con sus ofrendas. Jesús recuerda seguramente unas palabras del profeta Oseas, que repetirá más de una vez a lo largo de su vida: Así dice Dios: Yo quiero amor y no sacrificios.
Aquel Templo no es la casa de un Dios Padre en la que todos se acogen mutuamente como hermanos y hermanas. Jesús no puede ver allí esa “familia de Dios” que quiere ir formando con sus seguidores. Aquello no es sino un mercado donde cada uno busca su negocio.
No pensemos que Jesús está condenando una religión primitiva, poco evolucionada. Su crítica es más profunda. Dios no puede ser el protector y encubridor de una religión tejida de intereses y egoísmos. Dios es un Padre al que solo se puede dar culto trabajando por una comunidad humana, solidaria y fraterna.
Casi sin darnos cuenta, todos nos podemos convertir en vendedores y cambistas que no saben vivir sino buscando solo su propio interés. Estamos convirtiendo el mundo en un gran mercado donde todo se compra y se vende, y corremos el riesgo de vivir incluso la relación con Dios de manera mercantil.
Hemos de hacer de nuestras comunidades cristianas un espacio donde todos nos podamos sentir en la casa del Padre. Una casa acogedora y cálida donde a nadie se le cierran las puertas, donde a nadie se excluye ni discrimina. Una casa donde aprendemos a escuchar el sufrimiento de los hijos más desvalidos de Dios y no solo nuestro propio interés. Una casa donde podemos invocar a Dios como Padre porque nos sentimos sus hijos e hijas, y buscamos vivir como hermanos y hermanas.
José Antonio Pagola (2012)