ESCUCHAR A JESÚS, EL HIJO DE DIOS
En un país -como el nuestro- con tantos millones de católicos:
¿Escuchamos los lamentos de niños, jóvenes y adultos maltratados?
¿Vemos sus rostros desnutridos, sufrientes, preocupados?
¿Qué hacemos por ellos? ¿Qué formación cristiana le ofrecemos?
Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
A sus discípulos que “sueñan” con un Mesías poderoso,
Jesús les dice que será condenado a muerte y resucitará al tercer día.
Luego, para anunciarles la victoria de la vida sobre la muerte,
con Pedro, Santiago y Juan, Jesús sube a una montaña a orar.
Durante el tiempo que Jesús ora, su rostro cambia de aspecto.
Fue entonces cuando Pedro le dice: Maestro, ¡qué bien estamos aquí!
Al decir esto, Pedro busca llegar a la meta sin pasar por la cruz,
dejando en la otra orilla a muchas personas que sufren injustamente.
*Cuando en el campo y en la ciudad hay niños y niñas que:
-son golpeados por la pobreza desde antes de nacer,
-son víctimas de la prostitución, violencia y trabajo infantil,
-viven abandonados caminando por las calles…
estos niños y niñas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los jóvenes de la ciudad y de los barrios marginales:
-viven frustrados al recibir una educación de baja calidad,
-sin oportunidad de progresar ni de encontrar trabajo digno…
estos jóvenes, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
*Cuando los campesinos de la Sierra y los nativos de la Selva:
-son desalojados de la tierra donde han nacido,
-sobreviven con salarios miserables de hambre,
-están sometidos a fríos cálculos económicos,
-tienen dificultades para organizarse y defender sus derechos,
-y al ser ancianos son abandonados por el sistema consumista…
estas personas, ¿pueden decir: qué bien estamos aquí?
(Cf. Puebla, n.31-39; Santo Domingo, n.178; Aparecida, n.65 y 402).
Este es mi Hijo elegido, escúchenle
Desde que Jesús se transfiguró en una montaña, la voz del Padre
nos dice: Este es mi Hijo elegido, escúchenle. Sin embargo,
-¿qué hemos hecho de las enseñanzas y obras de Jesús?
-¿bastará realizar ceremonias rutinarias solo por “cumplo-y-miento”?
-¿qué trato damos a los niños, a los jóvenes y a los adultos?
Al respecto, reflexionemos en el ejemplo del Profeta de Nazaret.
*Un día, le traen a Jesús unos niños para que los bendiga,
pero los discípulos (que ya se creen “dueños” del Reino) se oponen.
Viendo esto, Jesús llama a sus seguidores y les dice:
Dejen que los niños se acerquen a mí y no se lo impidan,
porque el Reino de Dios pertenece a los que son como ellos.
Les aseguro, el que no recibe el Reino de Dios como un niño,
no podrá entrar en él (Lc 18,15-17).
¿Acogemos el Reino de Dios que está cerca de nosotros (Lc 10,9),
con la sencillez, la alegría, la ternura, la transparencia de los niños?
*En Naín, llevan a enterrar al hijo único de una madre viuda.
Jesús al ver a la madre, se compadece de ella y le dice: No llores.
Luego toca el ataúd y exclama: Joven, a ti te digo, levántate (Lc 7,11ss).
-A Jairo, Jesús de dice: Tu hija no ha muerto, está dormida; después,
tomándola de la mano, le ordena: Muchacha, levántate (8,49ss).
-En la parábola del padre misericordioso, el hijo menor reflexiona
y dice: Me levantaré y volveré a la casa de mi padre (Lc 15,11ss).
Hoy, para construir una comunidad fraterna, debemos levantarnos,
salir y compartir nuestros bienes, como hacían los cristianos al inicio:
No había entre ellos ningún necesitado (Hch 4,34s).
*El programa que Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18s)
es Buena Noticia para hombres y mujeres pobres, ciegos, oprimidos.
Ahora bien, Jesús no solo enseña… pone en práctica su mensaje:
Vayan y digan a Juan el Bautista lo que han visto y oído:
los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen,
los muertos vuelven a la vida, los pobres son evangelizados,
y felices los que no se escandalizan de mí (Lc 7,21-23).
Mientras Jesús enseña, una mujer levanta la voz y le dice:
Feliz la madre que te dio a luz y te crió. Jesús le contesta:
Felices más bien quienes escuchan a Dios y le obedecen (Lc 11, 27).
Para cambiar nuestra sociedad, hace falta convertirnos. Solo así,
podremos decir: Maestro, ¡qué bien estamos aquí! J. Castillo A.
ESCUCHAR A JESÚS
Los cristianos de todos los tiempos se han sentido atraídos por la escena llamada tradicionalmente “La transfiguración del Señor”. Sin embargo, a los que pertenecemos a la cultura moderna no se nos hace fácil penetrar en el significado de un relato redactado con imágenes y recursos literarios, propios de una “teofanía” o revelación de Dios.
Sin embargo, el evangelista Lucas ha introducido detalles que nos permiten descubrir con más realismo el mensaje de un episodio que a muchos les resulta hoy extraño e inverosímil. Desde el comienzo nos indica que Jesús sube con sus discípulos más cercanos a lo alto de una montaña sencillamente para orar, no para contemplar una transfiguración.
Todo sucede durante la oración de Jesús: Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió. Jesús, recogido profundamente, acoge la presencia de su Padre, y su rostro cambia. Los discípulos perciben algo de su identidad más profunda y escondida. Algo que no pueden captar en la vida ordinaria de cada día.
En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús. Esta oración es fuente de un conocimiento que no es posible obtener de los libros.
Lucas dice que los discípulos apenas se enteran de nada, pues se caían de sueño y solo al despertar, captaron algo. Pedro solo sabe que allí se está muy bien y que esa experiencia no debería terminar nunca. Lucas dice que no sabía lo que decía.
Por eso, la escena culmina con una voz y un mandato solemne. Los discípulos se ven envueltos en una nube. Se asustan pues todo aquello los sobrepasa. Sin embargo, de aquella nube sale una voz: Este es mi Hijo, el escogido. Escuchadle. La escucha ha de ser la primera actitud de los discípulos.
Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente “interiorizar” nuestra religión si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser. Todos, predicadores y pueblo fiel, teólogos y lectores, necesitamos escuchar su Buena Noticia de Dios, no desde fuera sino desde dentro. Dejar que sus palabras desciendan de nuestras cabezas hasta el corazón. Nuestra fe sería más fuerte, más gozosa, más contagiosa. José Antonio Pagola (2013)
P. Agustín Cabré: El carnaval y la Cuaresma (RC, 10 marzo 2019)
http://www.redescristianas.net/el-carnaval-y-la-cuaresmaagustin-cabre/#more-96791