Viernes, 8 de Diciembre del 2023
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30º Domingo, Tiempo Ordinario, ciclo A: 25 de octubre del 2020
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AMAR A DIOS Y AL PRÓJIMO

   A la pregunta de un fariseo: ¿Cuál es el mandamiento principal?,

Jesús de Nazaret le responde uniendo dos textos del AT:

   El primer mandamiento es: Amarás al Señor, tu Dios,

con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser (Deut 6,4s).

   Enseguida, Jesús añade un segundo mandamiento, tan importante

como el primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lev 19,18).

   Para Jesús ambos mandamientos deben ir siempre unidos.


 

Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón

   El amor a Dios no podemos reducirlo a ritos religiosos, ofrendas,

peregrinaciones… sino preocuparnos por los pobres y oprimidos,

comprometiéndonos en hacer realidad una sociedad justa y fraterna.

   Tampoco consiste en la repetición rutinaria de ciertas frases,

que están en los folletos de preparación para recibir algún sacramento.

   Amar a Dios es: *Hacer su voluntad, como Jesús nos enseña

en varias ocasiones (Mateo 6,10;  7,21-23;  12,47-50;  26,42).

*Participar en el Reino anunciado por su Hijo amado, a saber:

Reino de amor y vida, de gracia y santidad, de justicia y paz.

*Confiar en su ternura, en su compasión y en su misericordia,

pues Él es amigo de la vida y hace salir el sol sobre malos y buenos,

y hace llover sobre justos y pecadores (Mt 5,45).

   Tratándose del amor a Dios, meditemos en el siguiente texto:

Nosotros hemos conocido y creído que Dios nos ama, porque

Dios es Amor y el que vive en el amor vive en Dios y Dios en él (…).

Donde hay amor no hay miedo, al contrario,

el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo.

Si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente.

Nosotros amamos porque Dios nos amó primero.

Si uno dice que ama a Dios mientras odia a su hermano, miente,

porque si no ama al hermano a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve (1Jn, 4,16-20).



Todos ustedes son hermanos

   Enseñando a la gente y a sus discípulos, Jesús les dice:

No se hagan llamar maestros, porque uno solo es su Maestro,

mientras que todos ustedes son hermanos (Mt 23,8)

Para Jesús el amor al prójimo tiene una importancia especial. Por eso,

nos pide amar y acoger a los más necesitados… pues todos ellos

son sus hermanos (Mt 25,40). Meditemos en los siguientes textos:

*Les doy un mandamiento nuevo: Ámense unos a otros (Jn 13,34).

*Toda la Ley alcanza su plenitud en un solo precepto:

Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Gal 5,14).

*Quien ama a su hermano permanece en la luz y no tropieza.

Pero quien odia a su hermano está en las tinieblas (1Jn 2,10s).

*Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida,

porque amamos a los hermanos (1Jn 3,14).

   Con relación al prójimo, en el texto paralelo de Lucas (10,25-37),

dos funcionarios del templo no hacen nada por una persona herida.

Muy diferente las acciones que hace el buen samaritano. Al respecto,

en su reciente Encíclica “Hermanos todos”, el Papa Francisco dice:

   *Jesús cuenta que había un hombre herido, tirado en el camino,

que había sido asaltado. Pasaron varios a su lado pero huyeron,

no se detuvieron. Eran personas con funciones importantes

en la sociedad, que no tenían en el corazón el amor

por el bien común. No fueron capaces de perder unos minutos

para atender al herido o al menos para buscar ayuda.

Uno se detuvo, le regaló cercanía, le curó con sus propias manos,

puso dinero de su bolsillo y se ocupó de él. Sobre todo, le dio algo

que en este mundo ansioso retaceamos tanto: le dio su tiempo (n.63).

   *Asaltan a una persona en la calle, y muchos escapan como si no

hubieran visto nada. Frecuentemente, hay personas que atropellan a

alguien con su automóvil y huyen. Solo les importa evitar problemas

no les interesa si un ser humano se muere por su culpa (65).

   *Para los cristianos, las palabras de Jesús tienen también otra

dimensión trascendente; implican reconocer al mismo Cristo

en cada hermano abandonado o excluido (Mt 25,40.45). (n.85).

   *Para ello es importante que la catequesis y la predicación

incluyan de modo más directo y claro el sentido social de la existencia,

la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción

sobre la inalienable dignidad de cada persona (n.86).     J. Castillo A


 

CREER EN EL AMOR

   La religión cristiana les resulta a no pocos un sistema religioso difícil de entender y, sobre todo, un entramado de leyes demasiado complicado para vivir correctamente ante Dios. ¿No necesitamos los cristianos concentrar mucho más nuestra atención en cuidar antes que nada lo esencial de la experiencia cristiana?

   Los evangelios han recogido la respuesta de Jesús a un sector de fariseos que le preguntan cuál es el mandamiento principal de la Ley. Así resume Jesús lo esencial: lo primero es amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu ser; lo segundo es amarás a tu prójimo como a ti mismo.

   La afirmación de Jesús es clara. El amor es todo. Lo decisivo en la vida es amar. Ahí está el fundamento de todo. Lo primero es vivir ante Dios y ante los demás en una actitud de amor. No hemos de perdernos en cosas accidentales y secundarias, olvidando lo esencial. Del amor arranca todo lo demás. Sin amor todo queda pervertido.

   Al hablar del amor a Dios, Jesús no está pensando en los sentimientos o emociones que pueden brotar de nuestro corazón; tampoco nos está invitando a multiplicar nuestros rezos y oraciones. Amar al Señor, nuestro Dios, con todo el corazón es reconocer a Dios como Fuente última de nuestra existencia, despertar en nosotros una adhesión total a su voluntad, y responder con fe incondicional a su amor universal de Padre de todos.

   Por eso añade Jesús un segundo mandamiento. No es posible amar a Dios y vivir de espaldas a sus hijos e hijas. Una religión que predica el amor a Dios y se olvida de los que sufren es una gran mentira. La única postura realmente humana ante cualquier persona que encontramos en nuestro camino es amarla y buscar su bien como quisiéramos para nosotros mismos.

   Todo este lenguaje puede parecer demasiado viejo, demasiado gastado y poco eficaz. Sin embargo, también hoy el primer problema en el mundo es la falta de amor, que va deshumanizando, uno tras otro, los esfuerzos y las luchas por construir una convivencia más humana.

   Hace unos años, el pensador francés, Jean Onimus escribía así: El cristianismo está todavía en sus comienzos; nos lleva trabajando solo dos mil años. La masa es pesada y se necesitarán siglos de maduración antes de que la caridad la haga fermentar. Los seguidores de Jesús no hemos de olvidar nuestra responsabilidad. El mundo necesita testigos vivos que ayuden a las futuras generaciones a creer en el amor pues no hay un futuro esperanzador para el ser humano si termina por perder la fe en el amor.

José Antonio Pagola (2014)

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