*Oímos las maravillas de Dios en nuestros idiomas (Hch 2,1-11)
*El fruto del Espíritu es: amor, paz, servicio, lealtad (Gal 5,16-25)
*El Espíritu de la verdad da testimonio de mí (Jn 15,26-27; 16,12-15)
¡VEN, ESPÍRITU SANTO!
Sin pretender generalizar, no podemos quedarnos ciegos, sordos y
mudos, ante tanta corrupción y violencia que hay en nuestra sociedad.
El problema se agrava, sabiendo que la mayoría de hombres y mujeres
confiesan ser cristianos, y otros viven en la indiferencia religiosa.
Ante estos hechos dolorosos, roguemos al Espíritu Santo diciendo:
¡Ven Padre amoroso del pobre! Lava lo que está manchado,
riega los corazones áridos, sana al que está enfermo. Doblega
al que es rígido, calienta al que es frío, dirige al extraviado.
Vale la pena recordar lo que dijo, en 1975, el Papa Paulo VI:
El Espíritu es quien, hoy igual que en los comienzos de la Iglesia,
actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por Él,
y pone en sus labios las palabras que por sí solo no podría hallar,
predisponiendo también el alma del que escucha para hacerla abierta
y acogedora de la Buena Nueva y del Reino anunciado (EN, n.75).
A continuación, vamos a reflexionar en dos temas.
1. Oímos las maravillas de Dios en nuestros propios idiomas
Actualmente, ya no se trata de dialogar con las culturas nativas.
Se nos presenta nuevos desafíos, a saber, la cultura técnico-industrial,
la cultura juvenil, la cultura urbana-suburbana, la cultura minera, etc.
Así como los discípulos de Jesús, guiados por el Espíritu Santo,
encuentran las palabras adecuadas para anunciar el Evangelio,
también nosotros, acerquémonos a las diversas culturas actuales,
descalzos (Ex 3,5) y en silencio , escuchar primero y anunciar después.
No hay culturas superiores o inferiores, sino culturas diferentes.
Tampoco se trata de usar un solo idioma (como sucedió con el latín),
sino que cada uno escuche las maravillas de Dios en su propio idioma.
Para hacer realidad todo esto, no basta buena voluntad.
Necesitamos: formación teológica y pastoral, respetar las diversas
culturas, saber discernir para asumir los auténticos valores,
y purificar los aspectos negativos que hay en todas las culturas…
2. Demos testimonio de Jesús
Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, y es también
el cumplimiento del siguiente mensaje del profeta Joel:
Derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad,
sus hijos e hijas profetizarán, los jóvenes tendrán visiones,
y los ancianos tendrán sueños. En aquellos días derramaré
mi Espíritu sobre mis servidores y servidoras
para que comuniquen mensajes proféticos (Hch 2,17s; Joel 2,28s).
En las primeras comunidades cristianas está presente el don
de la profecía. De esta manera, como dice San Pablo, los profetas
contribuyen: A edificar el cuerpo de Cristo (Ef 3,5). Y él mismo nos
pide: No apagar el Espíritu, ni despreciar a los profetas (1Tes 5,19s).
Se trata de dar testimonio de las obras y enseñanzas de Jesús.
Lamentablemente, con el paso de los siglos, el profetismo comienza
a perder fuerza, y es absorbido por otras funciones eclesiales. Demos
más importancia a la profecía, en nuestras comunidades cristianas,
como dice el apóstol Pablo: Busquen el amor y aspiren a los dones
espirituales, especialmente, el don de la profecía (…). El profeta
habla a las personas para darles firmeza, aliento y consuelo (…).
Ojalá todos ustedes fueran profetas (1Cor 14,1-5). No apaguen
el Espíritu, ni desprecien lo que dicen los profetas (1Tes 5,19s).
La meta a la que nos conduce el Espíritu Santo, es una mayor
humanidad, debemos preocuparnos y hacer algo concreto
por las personas necesitadas del campo y de la ciudad,
que viven en situaciones frágiles, sin salud ni educación.
Hoy, fortalecidos por el Espíritu, practiquemos las enseñanzas
y las obras de Jesús, para realizar el verdadero desarrollo,
que es el paso, para cada uno y para todos, de condiciones de vida
menos humanas, a condiciones más humanas (…), y especialmente:
la fe, don de Dios acogido por la buena voluntad de los hombres,
y la unidad en la caridad de Cristo (Paulo VI, PP, 1967, n.20-21).
Así mismo, tomemos conciencia del mensaje de nuestros obispos:
Vemos, a la luz de la fe, como un escándalo y una contradicción
con el ser cristiano, la creciente brecha entre ricos y pobres.
El lujo de unos pocos se convierte en insulto contra la miseria
de las grandes masas. Esto es contrario al plan del Creador y
al honor que se le debe. En esta angustia y dolor, la Iglesia discierne
una situación de pecado social (DP, 1979, n.28). Javier Castillo A.
RENUÉVAMOS POR DENTRO
Poco a poco estamos aprendiendo a vivir sin interioridad. Ya no necesitamos estar en contacto con lo mejor que hay dentro de nosotros. Nos basta con vivir entretenidos. Nos contentamos con funcionar sin alma y alimentarnos solo de bienestar. No queremos exponernos a buscar la verdad. Ven, Espíritu Santo, y libéranos del vacío interior.
Hemos aprendido a vivir sin raíces y sin metas. Nos basta con dejarnos programar desde fuera. Nos movemos y agitamos sin cesar, pero no sabemos qué queremos ni hacia dónde vamos. Estamos cada vez mejor informados, pero nos sentimos más perdidos que nunca. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la desorientación.
Apenas nos interesan ya las grandes cuestiones de la existencia. No nos preocupa quedarnos sin luz para enfrentarnos a la vida. Nos hemos hecho más escépticos, pero también más frágiles e inseguros. Queremos ser inteligentes y lúcidos. Pero no encontramos sosiego ni paz. Ven, Espíritu Santo, y libéranos de la oscuridad y la confusión interior.
Queremos vivir más, vivir mejor, vivir más tiempo, pero ¿vivir qué? Queremos sentirnos bien, sentirnos mejor, pero ¿sentir qué? Buscamos disfrutar intensamente de la vida, sacarle el máximo jugo, pero no nos contentamos solo con pasarlo bien: hacemos lo que nos apetece. Apenas hay prohibiciones ni terrenos vedados. ¿Por qué queremos algo diferente? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a vivir.
Queremos ser libres e independientes, y nos encontramos cada vez más solos. Necesitamos vivir y nos encerramos en nuestro pequeño mundo, a veces tan aburrido. Necesitamos sentirnos queridos y no sabemos crear contactos vivos y amistosos. Al sexo lo llamamos “amor”, y al placer “felicidad”, pero ¿quién saciará nuestra sed? Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a amar.
En nuestra vida ya no hay sitio para Dios. Su presencia ha quedado reprimida o atrofiada dentro de nosotros. Llenos de ruidos por dentro, ya no podemos escuchar su voz. Volcados en mil deseos y sensaciones, no acertamos a percibir su cercanía. Sabemos hablar con todos menos con Él. Hemos aprendido a vivir de espaldas al Misterio. Ven, Espíritu Santo, y enséñanos a creer.
Creyentes y no creyentes, poco creyentes y malos creyentes, así peregrinamos todos, muchas veces por la vida. En la fiesta cristiana del Espíritu Santo, a todos nos dice Jesús lo que un día dijo a sus discípulos, exhalando sobre ellos su aliento: Recibid el Espíritu Santo. Ese Espíritu que sostiene nuestras pobres vidas y alienta nuestra débil fe puede penetrar en nosotros y reavivar nuestra existencia por caminos que solo Él conoce.
José Antonio Pagola (2012)